No pienso defenderme para nada. No tengo porqué defenderme porque no soy un delincuente ni mucho menos. No tendría que estar en esa sala en la que hace un momento a lo mejor ha estado un violador o un asesino. No voy a aceptar esa humillación tan fácilmente y no lo acepto. Mucho menos cuando ya un juez se pronunció sobre esta auténtica chorrada y entre unos cuantos se han pasado por el arco del triunfo ese veredicto. Porque, claro, hay gente que en este país tiene mucha fuerza y todos sabemos que los lobbies son sagrados. Creo que muchos ya sabemos lo que me ocurrió a mí en 2022, cuando sicarios de un partido político determinado intentaron darme una paliza de muerte en pleno centro de Madrid y luego todo quedó en nada. Y tanto yo como la otra persona atacada, que fue linchada entre varios de estos sicarios, continuamos recibiendo amenazas de muerte después que ni siquiera se han investigado.
En el caso concreto de la paliza ni siquiera se investigó nada: se notaba que había gente ahí metida que eran enchufados y lógicamente perdimos el juicio con la basura de sumario que se hizo para el tema. pero es que, aunque hubiéramos ganado el juicio, no hubiéramos ganado nada, porque ya el sumario era ridículo. Así nos da la vida en España con tanto lobby y tanto enchufado. Por lo tanto, no espero nada de esta injusticia española que por culpa de los políticos deja que cualquier delincuente se ría de las víctimas en su cara y que no hacen nada para salvarnos de tanto incremento criminal. Uno casi se sorprende cuando hay una sentencia justa y conste que digo esto con dolor y no por mi causa, aunque he sido repetidamente víctima de la justicia, desde hace muchos años, sino que realmente me duelen casos como el del ancianito librero que tuvo que defenderse de unos delincuentes que repetidamente habían intentado amedrentarlo y no se sabe si matarlo. Michael Boor EN RAMBLALIBRE

León Tolstói (1828–1910) conde ruso
En 1857, en un viaje a Francia, su creencia en el progreso se sacudió después de ver la ejecución de un hombre en la guillotina. De vuelta en Rusia, la muerte pasó a visitarlo insistentemente. Su hermano Nikolai murió repentinamente, a la edad de 37 años, y cinco de sus 13 hijos murieron en la infancia. Tolstoi trató de encontrar respuestas en la ciencia y la filosofía. Se interesó por el budismo, leyó los diálogos platónicos y los Evangelios y lo amuralló en el pesimismo del filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) y los eclesiosos. La única conclusión era morir.
A partir de los años 70 del siglo XIX, Tolstói experimentó una transformación espiritual que marcó su trayectoria vital e intelectual. En Mi confesión, expresó su abandono del cristianismo institucionalizado en favor de una fe ética y racional centrada en el Sermón del Monte. Su interpretación prescindía de los milagros, de la divinidad de Cristo y del ritual eclesiástico: veía a Jesús como un guía moral que enseñaba el amor absoluto y la resistencia no violenta al mal.

Una ética del amor, la renuncia y la transformación personal
La ética tolstoiana se funda en la fuerza transformadora del amor y el rechazo categórico de la violencia. Para él, la regeneración social sólo es posible si el individuo comienza por un cambio interior profundo. El trabajo espiritual, más que la acción política directa, era el punto de partida de cualquier revolución genuina.
Tolstói abrazó un estilo de vida ascético: condenó el consumo de alcohol, tabaco, carne y las prácticas sexuales que no tuvieran como fin la procreación. Consideraba que estos placeres embotaban la conciencia y alejaban al ser humano de su misión moral. Aunque su rigor fue tildado de escapista o individualista, Tolstói sostenía que cada acto virtuoso —por pequeño que fuera— contribuía a la transformación del mundo.
Para él, vivir con autenticidad, sencillez y amor era la forma más profunda de resistencia frente a un orden injusto. La ética debía practicarse en la cotidianidad, lejos de los discursos grandilocuentes o las estructuras institucionales.
El anarquismo espiritual de Tolstói
Aunque evitaba la etiqueta de «anarquista», Tolstói desarrolló un pensamiento profundamente antiautoritario. No proponía una revolución armada, sino una desobediencia moral radical. Sostenía que el Estado se mantenía gracias a tres mecanismos: el embrutecimiento de la población (mediante el nacionalismo y la educación oficial), la corrupción económica (por los impuestos) y la intimidación (a través del ejército y la policía).
La respuesta debía ser la no cooperación pacífica: negarse a pagar impuestos, rechazar el servicio militar y no participar en estructuras estatales. Este anarquismo cristiano abogaba por comunidades autónomas, autosuficientes y basadas en el amor mutuo, sin necesidad de violencia ni coerción. Ideas que inspiraron directamente a Gandhi.
Para Tolstói, el arte debía ser accesible, honesto y transformador, un instrumento ético y no una evasión estética.
Vivió esta estética en su propia carne: rechazó el lujo, practicó la autosuficiencia, fabricó sus propios objetos y asumió las tareas domésticas más humildes. Buscaba la coherencia absoluta entre pensamiento, obra y vida.
Las tensiones de una vida ejemplar pero imperfecta
Tolstói fue un idealista radical, pero no escapó de sus propias contradicciones. Mientras predicaba la pobreza evangélica, vivía en una finca con servidumbre. Mientras proclamaba la igualdad y la humildad, imponía en su hogar normas rígidas y actitudes autoritarias. Promovía la castidad, pero su relación con Sofía Andreievna estuvo marcada por conflictos, demandas morales asimétricas y reproches constantes.
Tolstoi es un símbolo de la resistencia ética frente al poder, el dogma y la violencia. Su pensamiento ha dejado una impronta indeleble en movimientos pacifistas, vegetarianos, ecologistas y comunitaristas de los siglos XX y XXI.
Murió en 1910, en una estación de tren, tras abandonar su casa y sus privilegios en busca de una vida más coherente con sus principios. En esa muerte itinerante y sencilla se sintetiza el drama de su vida: un intento constante —aunque a veces fallido— de vivir según la verdad, más allá de la comodidad, la fama o la obediencia.
Su herencia sigue siendo un desafío: ¿es posible vivir hoy con una ética sin concesiones, en un mundo que recompensa la mentira, la violencia y la superficialidad? Tolstói no nos dio respuestas fáciles, pero dejó un modelo de honestidad radical que aún interpela nuestra conciencia. en ZOEPOST por Carlos Estefania - extractos
Desechar el puro factor DEI Cristus y la trascendencia sobre todo ESTO, y que esto es todo ILUSION (o reflejo ilusional de lo REAL, sic Platón) al fin de los egos y sucesos y TIEMPOs, es grave error ESENCIAL, también, aún la gran busqueda cotidiana del ser moral y existencial, convivencial. El principe de este mundo, y sus egos, se pueden aprovechar DE ELLO. Solo en combate, espiritual, se pude resistir y HACER algo, muchoS bajo la VOLUNTAD Divina.
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