Al final, la escoria eran ustedes.
Ayer domingo, visualizaba una serie de vídeos filmados en La Habana, por un hispano honesto, de nombre Dalmau, que visitó unos días la capital de la Atlántida caribeña, la putrefacta Cuba. Los que conocimos la capital cubana y crecimos en sus calles, aún a salvo de la barbarie económica comunista, asistimos como diría el colombiano infame, a la crónica de una muerte anunciada.
Los que hoy rondan la cuarentena, no tienen la menor idea de la ciudad en la que nacieron, pero sobre todo, la prosperidad que el comunismo aniquiló.
Hoy edificios derruidos, balcones colgados de sábanas churrosas, prostitutas por doquier, alcohólicos y drogadictos, una violencia espantosa y una corrupción de niveles olímpicos, con calles destruidas, sin servicio eléctrico ni agua potable, con aceras bordeadas por aguas albañales con esquinas repletas de basura es la imagen de una Habana merecida por una población inculta, de léxico ininteligible, santeros y chulos, la realidad del fracaso de una sociedad en su conjunto. Un asco sin resquicios, insalvable e irrecuperable como vómito moral de una raza en extinción.
Cuba boquea, asfixiada por la náusea de la incapacidad y el miedo cerval a la vocinglera del mayoral verde olivo.
En uno de los vídeos aparece una señora por decirlo de alguna manera, negra por mi conocimiento elemental del espectro visible y a salvo de falsas correcciones políticas, le explicaba al youtuber visitante, que ella era jinetera desde los catorce años sin el menor remilgo, pero concluía sin miramientos, que con Fidel Castro se vivía bien. Es lógico que una vieja prostituta, nacida en los hediondos solares de los barrios marginales de La Habana, afirme tal cosa.
Tras 1959 Cuba retrocedió globalmente, apoyada por la izquierda mundial y sobre todo por la antigua Unión de Hediondas Repúblicas Soviéticas, que protagonizaron, el mayor desastre económico del siglo XX. Cuba tras 1959, jamás ha estado bien, aunque como decía mi abuelo Nicolás, el pozo de la miseria no tiene fondo y siempre va a peor.
Veo los vídeos y recuerdo los que me tildaron de traidor cuando hace tres décadas, me decidí por el exilio y escapar de la barbarie comunista, a respirar libertad allende el malecón. Escucho entrevistas, sus miserias cotidianas y morales, su retroceso apabullante como ser humano, su carencia de futuro, el hedor de sus vidas y con una disimulada, casi imperceptible sonrisa, me digo a mi mismo, porque ellos no me comprenderían entre sus hedores pestilentes: La escoria siempre fueron ustedes.
por Ramón Muñoz Yanes