De un libro, el de Ingo Müller, Los Juristas del Horror, que trata sobre la conducta de los jueces durante el nazismo, tomo la siguiente nota: “los atropellos, las prisiones, las torturas y aún el exterminio en masa se hicieron de manera legal y apegado a la norma”. Una descripción que encaja perfecto con lo que es el Estado venezolano del aquí y ahora que ha sido secuestrado por Nicolás Maduro. En efecto, todo lo que sucede en Venezuela es legal porque todos los Poderes Públicos (también secuestrados) avalan lo que sucede.
Los temerarios asaltantes del 4 de febrero y todo lo que ellos implicaban no se hicieron entonces con el poder por la vía clásica del golpe militar, apenas desnudaron el inevitable colapso que venía arrastrando el país desde antes del famoso “caracazo” y se apostaron en las puertas cerradas de Miraflores. El fin comenzó con el juicio a Carlos Andrés y se materializó en el indulto presidencial de 1996 cuando se le abrieron las puertas del poder a los golpistas y se cerraron las del futuro nacional. Quizá no había suficiente madurez en 1998 para presagiar la aciaga historia que nos atropellaría y sin duda sí se había terminado la luna de miel del pueblo con el puntofijismo. El modelo democrático que parimos en 1961 no fue capaz de renovarse para afrontar los nuevos tiempos de Venezuela.
Así quince años han pasado desde que Hugo Chávez, el difunto, asaltó el poder y comenzó el desmantelamiento de lo que conocíamos como Venezuela. Su sucesor, Nicolás Maduro, de dudosa procedencia y de hartamente comprobada ilegitimidad, no se quedó atrás y aceleró la destrucción de lo poco que quedaba de nuestra patria. Es así como se nos presenta una radiografía espeluznante de lo que es el país:
1) un supuesto y pregonado Estado “democrático” porque los funcionarios del régimen han sido electos, aunque las elecciones han sido viciadas y fraudulentas;
2) todo el atropello institucional del Estado contra la disidencia, es “legal” y “democrático” porque lo avalan todos los poderes públicos, sin excepción alguna, los cuales no son otra cosa que un maléfico aquelarre de fanáticos comunistas y totalitarios;
3) el erario público ha sido saqueado en su totalidad, lo que se traduce en la quiebra de la Nación, en el fracaso del modelo y en la miseria del pueblo, de ello nos habla el colapso económico de las reservas internacionales, la inflación, el dólar paralelo, la escasez de alimentos y medicinas, la destrucción absoluta de la empresa privada etc., etc.;
4) los medios de comunicación, en su totalidad controlados por el Estado por diversas vías, directas o indirectas;
5) más de la mitad del país sufre un apartheid porque se opone a lo que está sucediendo, aunque dicha oposición sigue viciada por la apatía y la irresponsabilidad ciudadana. No ha fracaso sólo el modelo totalitario y comunista del régimen sino también el modelo de unidad nacional de la oposición política-partidista, necesario es decirlo;
6) pese a la oscura e inevitable sombra del fraude los dos únicos proyectos visibles y concretos son electorales: las parlamentarias y la constituyente;
7) no menos importante, el valor de la vida se perdió. Las cifras hablan por sí solas, el país está sumido en una violencia sin control. En Venezuela, seas rico o seas pobre, igual eres asesinado, secuestrado, extorsionado. Lo que es peor, bajo el manto de la impunidad total que ampara el régimen. Así podría seguir enumerando toda nuestra crisis y seguramente me quedaría corto.
Ahora llega diciembre. Un diciembre que será quizá testigo de las últimas menguadas alegrías de los venezolanos. En enero comenzará la debacle, nadie puede ocultarlo. Viviremos estos días las alegrías que anteceden a los dolores del parto, ese parto que, estoy convencido tercamente, no vamos a postergar en 2015, el parto de la libertad, el parto de la democracia, el parto que exigirá el sacrificio, querámoslo o no. ¿Por qué? Porque la revolución comunista-totalitaria agoniza. El modelo ha fracasado. No con esto subestimo la capacidad de maniobra del régimen, sentenciándole el final a corto plazo, no; con ello sólo quiero trasmitir la necesidad del gran acuerdo nacional que facilite la inevitable transición. Esa necesidad es exigencia pues por el camino que vamos la crisis y su hecatombe sólo provocarán otra crisis de la cual no podemos siquiera generar sospechas. Es como dice un amigo mío: “¿si tú tomas y yo tomo, quién maneja después?".
No se trata de diálogo con el régimen para que rectifique. No va a rectificar, va a seguir destruyendo todo a su paso. Se trata de tener un liderazgo opositor que asuma la ofensiva, la vanguardia y oriente al país “de la calle” sobre lo que se debe hacer en los próximos meses y que de forma innegociable implica el fin del régimen.
POR Robert Gilles Redondo
Un periódico de Tenerife:
"Pero lo más extraño de su trayectoria personal es la relación con su padre, un emigrante nacido en la isla canaria de La Gomera. No hace mucho tiempo, Maduro tuvo ocasión de verlo. Lo hizo llamar al palacio de Miraflores y le dijo, en su cara: “Sólo quería conocerlo, viejo; ahora váyase y no vuelva más por aquí”.
Parece que su padre no era un dechado de amabilidad con la madre de Maduro, una camarera colombiana que sufrió malos tratos por parte de su pareja gomera y a la que el isleño abandonó, lo mismo que a su hijo. Por eso éste sólo quería conocerlo –al parecer, es octogenario— y luego lo expulsó del palacio presidencial.
Ahora, el historiador y diputado Walter Márquez acaba de revelar sus conclusiones sobre el origen de Maduro. El sátrapa nació en Bogotá (Colombia), luego legalmente no podría ser presidente de Venezuela, aunque tenga esta nacionalidad, según la Constitución Bolivariana".
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