Gran parte de la oposición venezolana no quiere dialogar porque la salida de Maduro es un hecho inminente, aunque nadie sabe cómo ni cuándo. Maduro tampoco quiere hablar porque la Revolución es irreversible, pese al abismo en el que él mismo se ha hundido. La MUD pone condiciones a posibles encuentros y se enfoca en la salida electoral a esta crisis. Así seguimos a la deriva como nación, esperando y temiendo la explosión de la violencia civil. En efecto, Venezuela es un laberinto, cada día más aciago, que parece no tener más que dos salidas: o un estallido social o un golpe de estado, o las dos cosas juntas.
Por gentilicio los venezolanos han apostado al diálogo en otras crisis, pero históricamente nunca el diálogo ha sido la salida, siempre hemos esperado al calor de las luchas la intervención milagrosa de un mesías civil o militar que reconduzca el camino del país, o al menos un hecho que conmocione lo suficiente como para forzar la salida del gobernante de turno. Pero el diálogo es un acto nada fácil sobre todo cuando uno de los protagonistas no está dispuesto a reconocer la verdad. Así surgen dos grandes cuestiones: ¿hay, realmente, una alternativa que pueda ofrecerse al país en este momento? Y ¿cuáles serían las opciones una vez haya sido defenestrado el régimen?
Hay que aceptar que en lo concreto no existe una alternativa coherente que nos conduzca a la salida del laberinto. Las elecciones parlamentarias tienen un aspecto jónico: por un lado, puede ser abrumadora la victoria opositora y por otro lado, el más probable, puede repetirse el escenario tan deprimente de abril de 2013. En el camino algunos proyectan un estallido social que forzaría (y así será si sucede) la toma de decisiones en el seno de la Fuerza Armada Nacional, con el establecimiento inmediato de una Junta de Gobierno y el llamado a elecciones generales en el plazo oportuno. Otro sector insiste en algo que ya perdió la poca fuerza de inicio, la Constituyente. Yo apoyo la realización de una Asamblea Nacional Constituyente pero no como el mecanismo para salir de Maduro que es, realmente, el problema de fondo.
Ahora bien, lo que más interesa en este momento es la determinación nacional, una contundente mayoría de venezolanos está acuerdo en que debe salir Maduro del poder. Esto parece que no lo entienden muchos partidos y dirigentes políticos que presumo han olvidado que ya no estamos en los tiempos del Pacto de Punto Fijo o, más atrás, de la Santa Alianza. Hoy no es admisible en la política del Tercer Milenio que dos partidos cocinen el pasado, presente y futuro de una nación ni que dos o tres políticos se repartan el poder público, a costa de grandes sacrificios nacionales. Pero ¿quién puede hablar en nombre del pueblo venezolano? La respuesta puede ser obvia: el mismo pueblo.
El artículo 333 de la Constitución Nacional dice que todo ciudadano investido o no de autoridad, tendrá el deber de colaborar en el restablecimiento de la misma si dejare de observarse por acto de fuerza o porque fuere derogada por cualquier otro medio distinto al previsto en ella. Y el famoso artículo 350: “El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”.
Éstos son los mandatos constitucionales a los que en esta hora crucial debemos apegarnos y a los que quiero añadir una propuesta propia, a saber: la invocación del derecho de rebelión civil y el establecimiento de un Consejo Nacional de la Resistencia (CNR), análogo del Consejo Nacional de la Resistencia francesa, integrado por los notables de nuestra generación. Puede sonar prematura la propuesta, ya que en la actualidad los ciudadanos no tienen el liderazgo que los ayude a dar un paso definitivo. El ruido que producen los medios y los tertulianos del régimen y, a veces, de la misma oposición nos impide adquirir un juicio fiable sobre lo que debemos hacer sin más demora para rescatar al país. El primer objetivo del CNR ha de ser, por tanto, la difusión real de la situación y la postura sincera de los notables. Y a tal efecto no bastan las declaraciones de unos personajes ante la prensa o ante las redes sociales. Hay que dar un debate abierto entre todos, con posibilidades ilimitadas de ser contestados y rebatidos sobre las propuestas para salir de la crisis. Hasta que esto suceda, Venezuela sólo estará estancada en una sobrevivencia pasiva, con el riesgo, insisto de adoptar una actitud visceral que no dejaría nada bueno en el futuro inmediato.
Luego, después de ese diálogo interno, cuando ya estemos debidamente preparado, llegará la hora de las decisiones.
Esta propuesta no ignora, naturalmente, la posibilidad, por ejemplo, de la propuesta de Luis Balo Farías, o de cualquier otro movimiento constituyentista, electorero o de calle. Cualquiera que conozca a los venezolanos a fondo sabe lo fácil que es provocar el descarrilamiento de la cordura política y moral. Todos debemos unirnos; hoy se ofrecen muchas alternativas para la realización de estas propuestas, sobre todo las digitales. Yo de antemano ofrezco todas las herramientas de este tipo para impulsar la voz de un eventual Consejo Nacional de la Resistencia.
Los venezolanos estamos deseando que cuanto antes se actúe y saber quiénes están jugando y quienes operan honestamente a favor de nuestro destino. Ya basta de ambigüedades, fanfarronerías y engaños. Ya es hora de amarrarnos los pantalones salir de este callejón.
ROBERT GILLES REDONDO, exiliado venezolano
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