«El vil egoísmo otra vez triunfó», parece ser una frase que se repite sin cesar en la historia de Venezuela con la que nos escudamos casi siempre para excusar el cáncer del conformismo y de la apatía ciudadana, causa única de que ese egoísmo vil triunfe. Una vez más ha sucedido esto con el secuestro del Alcalde Metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, hecho que no es otra cosa sino la exhibición del puño de hierro, amputado ya, del régimen. Digo amputado porque a ellos sólo les queda el puño, su cuerpo político y popular ha muerto. Maduro y sus esbirros se quedaron sin pueblo, sin modelo, sin ideología, sin razón alguna para disculpar la dantesca destrucción a la que ha sido sometida la nación.
Temo que lo nuestro nacional es la apatía y el conformismo. La frustración permanente a la que somos sometidos diariamente en las colas para adquirir comida racionada, la represión demencial a cualquier expresión disidente, la violencia sin freno alguno, la inflación descomunal, el saqueo del erario público, la prostitución de las Fuerzas Armadas, el talante fallido del Estado, el desánimo de la dirigencia opositora a convocar la movilización real y efectiva de la sociedad, forman un estremecedor universo de desconfianzas y recelos que nos mantiene atrapados en el laberinto del totalitarismo.
Así pues, necesitamos dos signos de interrogación en nuestra conciencia ciudadana: ¿hasta cuándo permitiremos esto en Venezuela?
Atosigados por las noticias de un país sin ley, ni honor, ni virtud, donde el pobre multiplicado sigue gritando en su choza, tenemos la obligación acaso más que nunca, de escribirle el fin a esta pesadilla. Porque sí es este el momento. El sueño chavista, ahora madurista y quizá también cabellista, lejano totalmente a cualquier utopía justa, se ha desmantelado aparatosamente desde el mismo instante en que los “Poderes” del “Estado” entronizaron al dictador tras la muerte del destructor; la agravante de esta historia es que también nos desmantelaron el país.
Ha llegado la hora del Josafat venezolano, la congregación final de todos los venezolanos para responder en modo contundente a esos signos interrogatorios que pesan en nuestra conciencia y en nuestra propia historia.
Ha llegado la hora de emular aquella vieja sociedad secreta de Eugenio de Aviraneta llamada “La Isabelina” cuyo objetivo era dificultar, llegado el momento, la circulación de las tropas, haciendo barricadas con carruajes, bancos y confesionarios. Debemos hacer de cada uno de nuestros espacios una barricada que detenga desde ya y sin más demora al régimen fascista y totalitario de Nicolás Maduro, denunciándole por todos los medios posibles en todas las instancias conocidas para ver si encontramos la empatía que nos empuje a salir adelante.
Ha llegado la hora de rescatar a la VENEZUELA que está hecha pedazos. Por nosotros, los del aquí y ahora, por los que ayer nos legaron este país que hoy se nos fue de las manos, por nuestros hijos y por todos aquellos que habrán de venir a esta tierra sagrada.
Y también ha llegado la hora que los gobiernos de la región y de todo el mundo tomen partido. No pueden ni deben dejarnos solos ahora que está evidenciada la vocación del régimen narco-comunista de Nicolás Maduro. En su momento este país nunca le dio la espalda a los pueblos que buscaban la libertad, antes bien, nosotros fuimos ejemplo de democracia para todos.
Yo por mi parte una vez más me amparo en el artículo 350 constitucional, desconociendo al régimen ilegítimo de Nicolás Maduro.
Que Dios bendiga a Venezuela y nos haga despertar con carácter de urgencia.
POR ROBERT GILLES REDONDO, exiliado venezolano
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