De forma incierta podemos afirmar que desde 1915 a 1958 hubo una generación de exiliados, quizá intermitente, a quienes la historia los premió por estar “del lado correcto de la historia” haciéndoles fundadores de la etapa democrática que inició con la caída de Pérez Jiménez, sin que esto menoscabe el primitivo ensayo de 1945 tras el derrocamiento militar de Medina Angarit.
Pero desde 1958 hasta 1999 no existió en Venezuela la cultura emigrante pese a todos los errores innegables de la democracia que hoy no podemos exculpar. Siempre he afirmado que los venezolanos se dieron el lujo de ser el elixir democrático de Latinoamérica y la casa de refugio para tantos que huyeron de las pesadillas dictatoriales. Pero ése elixir fue bebido hasta el punto de la embriaguez descontrolada que llevó a la nación venezolana a prostituir su propia democracia, engendrando (no sé si con justa razón) aquel episodio lamentable de febrero de 1989 y la malnacida hora de los temerarios asaltos de 1992.
Dieciséis años después de la infausta llegada de Hugo Chávez al poder, por medio de la democracia que él mismo sepultó a posteriori, todo es diferente. En una agencia de noticias se apuntan los siguientes datos: 1) 1,6 millones de venezolanos viven en el exterior; el 5,5 por ciento de los 29 millones. 2) En el año 1992 había venezolanos en menos de 20 países, con apenas unos 30.000 residentes. Ahora hay venezolanos en 94 países de los 193 miembros de la ONU.
Este drama migratorio nuestro venezolano confirma no sólo el abismo al que hemos sido aventados por esta banda de criminales que usurpó el poder y nos impuso el modelo de la destrucción, también se confirma que lamentablemente ahora mismo la salida es Maiquetía, viendo en la obra de Cruz Diez el umbral para el futuro que nos fue arrebatado en Venezuela. Y sí, también tiene razón el amigo Eduardo Rodríguez cuando nos cataloga como “un país en desalojo”.
Pero no podemos dejar que nos atrape la desolación. El régimen habrá podido imponerse en todo lo que le ha venido en gana, pero no ha podido ni podrá imponerse sobre la moral y la conciencia de los venezolanos. Esta es la gran derrota del socialismo del siglo XXI: no ha podido sepultar la esperanza del pueblo que, ahora más que antes, está convencido que el reloj de la historia sigue su cuenta regresiva. Siempre en nuestra propia historia esto ha prevalecido, a pesar de los exilios, a pesar de los autoritarismos y ha sido la esperanza la que nos ha conducido a los muchos amaneceres de nuestro destino nacional.
Los venezolanos cuyas lágrimas hoy refrescan la soledad del exilio deben tener la firme certeza que pronto nuestra patria dejará de ser un país desalojado y se abrirán de nuevo los brazos del Ávila para cobijarnos con su fresca sombra y el mar de La Guaira será nuestro puerto del que nunca más habremos de alejarnos porque para entonces habremos aprendido la lección.
Para lograr el cambio y para iniciar sin demora la transición democrática debemos prepararnos muy bien. El 6 de diciembre habrá la oportunidad para ello, pero el proceso electoral no debe ser la única respuesta. Desde ese día debe iniciarse un camino de movilización de la sociedad civil, pacíficamente, que exija con mucha firmeza la salida de Nicolás Maduro y su sometimiento a la justicia por los graves crímenes cometidos durante su régimen.
En lo personal siempre he sostenido que la salida no es electoral. Sigo convencido de ello porque no he visto las condiciones justas para que realmente se exprese la voluntad del pueblo. Pero todas las luchas son válidas, no podemos excluir ninguna herramienta. Sólo que, insisto, una herramienta debe ir acompañada por otra, de esta forma podremos canalizar colectivamente esos terribles riesgos que vengo advirtiendo de una catástrofe social que podría dejarnos inolvidables heridas y que por la baja ralea del régimen no merecemos vivir.
La promesa de triunfar es una decisión que debemos tomar. Ribas, el líder de aquellos jóvenes de La Victoria lo dijo con mucha claridad: NO PODEMOS OPTAR, NECESARIO ES VENCER. Y preciso yo, es necesario también CONVENCER y CONVENCERNOS que ha llegado la hora de salvar a Venezuela para poner fin al camino del exilio.
Pero desde 1958 hasta 1999 no existió en Venezuela la cultura emigrante pese a todos los errores innegables de la democracia que hoy no podemos exculpar. Siempre he afirmado que los venezolanos se dieron el lujo de ser el elixir democrático de Latinoamérica y la casa de refugio para tantos que huyeron de las pesadillas dictatoriales. Pero ése elixir fue bebido hasta el punto de la embriaguez descontrolada que llevó a la nación venezolana a prostituir su propia democracia, engendrando (no sé si con justa razón) aquel episodio lamentable de febrero de 1989 y la malnacida hora de los temerarios asaltos de 1992.
Dieciséis años después de la infausta llegada de Hugo Chávez al poder, por medio de la democracia que él mismo sepultó a posteriori, todo es diferente. En una agencia de noticias se apuntan los siguientes datos: 1) 1,6 millones de venezolanos viven en el exterior; el 5,5 por ciento de los 29 millones. 2) En el año 1992 había venezolanos en menos de 20 países, con apenas unos 30.000 residentes. Ahora hay venezolanos en 94 países de los 193 miembros de la ONU.
Este drama migratorio nuestro venezolano confirma no sólo el abismo al que hemos sido aventados por esta banda de criminales que usurpó el poder y nos impuso el modelo de la destrucción, también se confirma que lamentablemente ahora mismo la salida es Maiquetía, viendo en la obra de Cruz Diez el umbral para el futuro que nos fue arrebatado en Venezuela. Y sí, también tiene razón el amigo Eduardo Rodríguez cuando nos cataloga como “un país en desalojo”.
Pero no podemos dejar que nos atrape la desolación. El régimen habrá podido imponerse en todo lo que le ha venido en gana, pero no ha podido ni podrá imponerse sobre la moral y la conciencia de los venezolanos. Esta es la gran derrota del socialismo del siglo XXI: no ha podido sepultar la esperanza del pueblo que, ahora más que antes, está convencido que el reloj de la historia sigue su cuenta regresiva. Siempre en nuestra propia historia esto ha prevalecido, a pesar de los exilios, a pesar de los autoritarismos y ha sido la esperanza la que nos ha conducido a los muchos amaneceres de nuestro destino nacional.
Los venezolanos cuyas lágrimas hoy refrescan la soledad del exilio deben tener la firme certeza que pronto nuestra patria dejará de ser un país desalojado y se abrirán de nuevo los brazos del Ávila para cobijarnos con su fresca sombra y el mar de La Guaira será nuestro puerto del que nunca más habremos de alejarnos porque para entonces habremos aprendido la lección.
Para lograr el cambio y para iniciar sin demora la transición democrática debemos prepararnos muy bien. El 6 de diciembre habrá la oportunidad para ello, pero el proceso electoral no debe ser la única respuesta. Desde ese día debe iniciarse un camino de movilización de la sociedad civil, pacíficamente, que exija con mucha firmeza la salida de Nicolás Maduro y su sometimiento a la justicia por los graves crímenes cometidos durante su régimen.
En lo personal siempre he sostenido que la salida no es electoral. Sigo convencido de ello porque no he visto las condiciones justas para que realmente se exprese la voluntad del pueblo. Pero todas las luchas son válidas, no podemos excluir ninguna herramienta. Sólo que, insisto, una herramienta debe ir acompañada por otra, de esta forma podremos canalizar colectivamente esos terribles riesgos que vengo advirtiendo de una catástrofe social que podría dejarnos inolvidables heridas y que por la baja ralea del régimen no merecemos vivir.
La promesa de triunfar es una decisión que debemos tomar. Ribas, el líder de aquellos jóvenes de La Victoria lo dijo con mucha claridad: NO PODEMOS OPTAR, NECESARIO ES VENCER. Y preciso yo, es necesario también CONVENCER y CONVENCERNOS que ha llegado la hora de salvar a Venezuela para poner fin al camino del exilio.
POR Robert Gilles Redondo
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