lunes, 24 de noviembre de 2014

LA CARTA PASTORAL Venezuela ante el monstruo maduro-castrista, POR ROBERTO GILLES REDONDO


Letrinoamérica FANTASMAL de paco1 jesuitas en su encrucijada FIN CIVILIZATIO

Fue el 1 de mayo de 1957 cuando se leyó la contundente Carta Pastoral de Mons. Rafael Arias Blanco, arzobispo de Caracas, donde se le plantó cara a la crisis de los obreros en Venezuela y se dictó cátedra sobre la doctrina social de la Iglesia. Quizá aquel hecho pudo pasar desapercibido, pero nadie podrá objetar que dicho mensaje fue entonces una llamada de conciencia que logró manifestarse el 23 de enero siguiente. El día del despertar, cuando nació la democracia que perdimos en 1999.

Evoco la Carta de Arias Blanco para una vez más solidarizarme con el Episcopado venezolano. La última vez que lo hice le expresé públicamente mi humilde respaldo a S.E.R Cardenal Jorge Urosa, arzobispo de Caracas. Respaldo que él me agradeció con un mensaje en el que me recordaba las posiciones “incómodas” que la Iglesia asumió en el pasado cuando advertían sobre el corte “totalitario” del régimen de Hugo Chávez. Palabras más, palabras menos, hoy esas palabras definen con total claridad el talante del régimen de Nicolás Maduro Moros. Pero más allá de una definición, dicha afirmación se ve en la práctica. No existe en la Venezuela del aquí y ahora la más mínima tolerancia a las opiniones adversas y el Estado, o supuesto Estado, se ha convertido en pleno en una conjura que criminaliza todo tipo de disenso con la destrucción de la patria que seguimos contemplando impávidos.

Los ataques están en el menú cotidiano del verdugo Diosdado Cabello, que indignamente preside la Asamblea Nacional, aunque en la práctica no es más que el más grande frustrado por no haber sido el heredero ungido del fallecido ex-presidente Hugo Chávez. Pero su frustracón no es común; él trata de demostrar que no es Nicolás Maduro y deja claro que busca convertirse en el impoluto político revolucionario que no acepta de nadie, ni siquiera de sus partidarios, el disenso, los ataques a la patria, la conspiración y muchos menos la corrupción.

En días pasados cargó contra el Arzobispo de Coro y ahora la víctima es Mons. Baltazar Porras, arzobispo metropolitano de Mérida, a quien acusa de conspiración internacional contra Venezuela, como si acaso Venezuela y el chavismo (o como se llame la revolución) son una misma cosa. La criminalización de la opinión opositora es, de hecho y de derecho, un delito de lesa humanidad, este es el punto. Disentir de Nicolás Maduro y compañía no es ni puede seguir siendo un delito. Es la gran mayoría de los venezolanos los que estamos conspirando cuando pedimos medicinas por el Twitter; también conspiran las madres que pasan interminables horas en las colas para comprar alimentos racionados; conspiran los enfermos en los hospitales mientras agonizan porque no hay luz para operarlos o no hay medicina para remediarlos y sobre todo conspira aquel venezolano que al fin ha ido cayendo en cuenta que este país se nos fue de las manos.

El Episcopado venezolano, sigo insistiendo, debe asumir una postura más enérgica que deje claro su unidad y la solidaridad con estos tres prelados que han sido sometidos al escarnio público por la insensatez demencial de Diosdado Cabello, quien deja muy claras sus magras intenciones respecto al país al atacar sin más algo tan simbólico para nuestro país como es la Iglesia.

Urge que los Obispos agrupados en la CEV o bien sea individualmente alcen su voz para orientar a nuestro pueblo que está acéfalo por ese necio comportamiento de la oposición política-partidista que no es capaz de ponerse de acuerdo. La voz del Episcopado en esta hora aciaga e infernal sería la voz que convoque a la unidad de la sociedad civil para que sin más demora podamos acelerar el gran despertar y así vayamos juntos por el camino de la libertad, del progreso, de la paz, del nunca más el odio y de la justicia.

Que hablen los Obispos ante el horror nacional de los actos violentos (físicos y psicológicos) que el régimen le está infligiendo al pueblo para ver si despertamos la empatía moral que nos hace falta y así salir adelante.

Ojala algún Prelado se ciña bien la sotana y el solideo. Nuestra Venezuela reclama con urgencia una Carta Pastoral que nos oriente. Iglesia somos todos, Venezuela somos todos y, a decir, de las redes sociales: con mis Obispos no te metas. Abajo la dictadura.

Robert Gilles Redondo, 23 Noviembre 2014 / exiliado en Colombia

No hay comentarios:

Publicar un comentario