Les escribo con profundo compromiso en esta hora de las tristezas, justo cuando al fin nos damos cuenta que Venezuela se nos fue de las manos porque el ideal de destrucción llamado "socialismo del siglo XXI" logró su objetivo y convirtió a la Tierra de Gracia en un sofocante desierto.
Dieciséis años después de "revolución" no queda nada. El panorama del presente supera con creces a aquella incipiente República del siglo XIX desolada tras los heroicos veinte años de guerra independentista y el letargo histórico que desde ese tiempo y hasta 1958 nos privó de la libertad democrática, que no conocíamos, es cierto, pero la buscamos de manera incesante en las quimeras contra los caudillos y los dictadores. Digo "buscamos" porque al fin y al cabo la sangre de la generación anterior sigue en nuestras venas y los ideales libertarios son los mismos de quienes nos resistimos a doblar la cerviz de forma definitiva.
Podrían escribirse ahora mismo centenares de lamentos por lo que fuimos, lo que dejamos de ser, lo que somos y lo que perdimos. Pero el lamento en esta historia viene a ser una cobarde anestesia y una infeliz trampa en la que no podemos caer. Si es válido añorar nuestro pasado siempre y cuando esto signifique un indoblegable compromiso de rescatar lo que fuimos ahora para que mañana la promesa de un destino superior sea realidad.
En esta hora de las tristezas, con el país marchito por el sofocante desierto comunista estamos obligados a empujar hacia adelante el sueño de la libertad que nos ha sido arrebatada. No podemos seguir atrapados en la trampa del pasado que nunca más será. Ni podemos seguir postergando la tarea que sabemos hay que cumplir. La única opción es reaccionar y para ello tenemos que trabajar arduamente porque siendo los venezolanos como somos la reacción individual y colectiva no vendrá milagrosamente. Quizá este ha sido un logro del régimen, que la mayoría se conforme con el día a día, sin que haya la esperanza del futuro y que las tantas demostraciones del brazo opresor sean suficientes para aminorar el ánimo y conducirnos a la apatía. Hay venezolanos que se fastidian por encontrar una protesta en su camino y luego los vemos diciendo que el país se perdió porque nadie sale a la calle. Para esa mesiánica salida a la calle hay dos temibles obstáculos: la desmedida represión del régimen y la increíble condena o indiferencia del grupo opositor denominado la MUD que solo avala una salida pacífica y democrática, entiéndase electoral pese a todos los vicios que existen.
No se equivocó Aristóteles cuando aseveró que la tolerancia y la apatía eran las últimas virtudes de una sociedad agonizante. Venezuela es esto, una sociedad a la que se le inoculó la gravísima enfermedad comunista por medio del totalitarismo.
Del conformismo y la apatía de hoy todos tenemos culpa y nadie puede eximirse. Una secuencia ininterrumpida de frustraciones es nuestra historia, diría Olavarría. Y así es, muchas de esas frustraciones tienen origen en las inexplicables actuaciones de la dirigencia opositora cuyas promesas de cambio parecieron sucumbir entre otras cosas para evitar lo que a estas alturas parece inexorable: la sangre. En 2013 se cometió un fraude electoral y quienes hoy llaman a votar son quienes ese año desconocieron la legitimidad de este régimen, desconocimiento que poco duro porque pese a que era una promesa, ganamos pero preferimos no cobrar y un año después acudieron a Miraflores a legitimar al que usurpo el poder.
Ante un aparente consenso vamos a las elecciones para aliviar tensiones, validar una vez más al Estado fallido y elegir otra Asamblea Nacional. Muchas dudas hay respecto a lo que sucederá el 6-D y sobre el papel que jugará la dirigencia opositora de la MUD. Y es que no sabemos si estas elecciones son un medio o el fin de algo. Por ley histórica deben ser solo el medio para iniciar sin vacilaciones la defenestración del régimen pero teniendo en cuenta que no hay condiciones, no hay árbitro imparcial y mucho menos posibilidades de victoria por el método de selección de diputados que impuso el CNE desde 2010, los esfuerzos deben dirigirse a una estrategia postelectoral. Si el resultado es la victoria opositora porque ya somos mayoría (todas las encuestas lo dicen, incluso las oficialistas), se debe tener claro que hacer teniendo el control del parlamento, que seguramente Maduro va a desconocer, para iniciar la transición sin demora. Si por el contrario el resultado es adverso a la oposición (algo que la lógica indica como inevitable) también se debe tener claro que la opción es el desconocimiento inmediato de la dictadura y la activación del artículo 350 constitucional. No basta con una votación abrumadora. En 2004 prácticamente el país amaneció votando en los centros electorales y el difunto supremo ganó el referéndum. Igual en 2006, 2010, 2012 y 2013. Todas esas elecciones no fueron sino frustraciones que asentaron más al régimen y convalidaron su supuesta democracia. Y todos esos procesos no tuvieron como respaldo un plan B. Eso no podemos permitirlo ahora.
La falta de comprensión y el odio sembrado entre los venezolanos por el fallecido Hugo Chávez y llevado a su máxima expresión, casi de nivel nazi, por el nefasto sucesor Nicolás Maduro, puede llevarnos a una confrontación brutal y estéril de la cual sólo quedarían heridas tan profundas que no nos merecemos.
Estos sátrapas de Maduro y Cabello (aún sigo con la duda de saber quién realmente manda) se saben perdidos, tienen la plena convicción de su final y que el retorno a la democracia es inevitable no porque lo digan en una red social o sea la sentencia de sesudos análisis. Lo dicen sí, la crisis política, económica, social, humanitaria, todas de carácter definitivo y decisivo porque ahora todos los venezolanos, sin excepción, habla de la urgente necesidad del cambio, situación que antes no se había dado.
No por esto se debe subestimar el margen de maniobra porque no sabes hasta dónde podría llegar el endurecimiento de la línea política del régimen. La escasez de alimentos que llega a un 80% a nivel nacional, la falta de medicinas, el colapso de la red hospitalaria, la impunidad, el desborde la inseguridad y la violencia, todo eso forma parte de la estrategia. Puede parecer difícil de entender, pero esta gente se haya tan aferrada al poder que poco les importa jugar con fuego e incendiar al país con tal de sostenerse. El estallido social puede ser para ellos una condición favorable antes de las elecciones.
Por eso tenemos que convencernos y actuar. Hay que salir de Maduro por cualquier vía y de ahí la importancia de mantener informada a la comunidad internacional sobre todo lo que pasa en Venezuela minuto a minuto porque ellos tendrán la misión histórica de reconocer el proceso de transición que habrá de iniciarse en Venezuela a la brevedad. Para ello cada organismo regional deberá saber cuál mecanismo es el más idóneo, el Mercosur, por ejemplo, con el Congreso a la cabeza, deberá promover la aplicación de la clausula democrática de esa organización, la misma que se usó para expulsar a Paraguay tras la sentencia que destituyó a Lugo. Y la OEA, organismo ampliamente desacreditado, deberá aplicar la Carta Democrática, no como un acto de solidaridad sino porque Venezuela cumple todos los requisitos.
De ahí surge la misión trascendental de la muy amplia reserva moral de nuestro país que está obligada a convocar un acuerdo nacional sobre lo que se debe hacer después de conocerse el resultado, independientemente de quien gane, porque no se puede postergar más la desgracia de Venezuela y no podemos seguir abrigando mas frustraciones y propiciar sin demora ni personalismos la constitución de una coalición de intelectuales que lleve adelante una campaña de concientización nacional sobre lo que ha de suceder en nuestro país para poder rescatar el futuro y la libertad.
Yaima Marín Díaz / oposición CUBA |
Dicha campaña partiría de tres principios inmutables desde el 6 de diciembre:
1) la renuncia de Maduro;
2) la constitución de un gobierno provisorio,
y 3) la realización de una Asamblea Constituyente que de forma irreversible, como un pacto del “nunca más”, a una república democrática, sustentada en el Estado de Derecho y Justicia Social, para que desaparezca cualquier tentación totalitaria que nos regrese al camino que desandaremos.
Nuestros intelectuales venezolanos, los civilistas, los hombres y mujeres de buena voluntad, deben enviar el mensaje del cambio para rescatar a nuestra Venezuela. La resistencia democrática no puede darse el lujo de quedarse en la letanía de consuelos e insultos que todos guardamos, de ahí surge el rol de los intelectuales para potenciar el anhelo de libertad y justicia, de seguridad, de la reivindicación de los derechos individuales y sociales que el socialismo del siglo XXI nos arrebató.
Venezuela se abrirá paso en el horizonte abierto del futuro y el desarrollo, donde nuestras frustraciones serán esperanzas, nuestras lágrimas serán alegrías y los dolores de esta agonía serán trastocados por la felicidad de una nación libre. Ellos no podrán contra nosotros porque la esperanza de la democracia nunca nos ha sido arrebatada y la conquistaremos.
En el exilio, 30 de septiembre de 2015
Robert Gilles Redondo