El orgullo y la emoción que despertó en los argentinos la elección de Jorge Bergoglio para ocupar el lugar que dejaba Joseph Ratzinger empezaron a empañarse tempranamente, cuando su preocupación por los problemas nacionales se redujo a la problemática del poder. Muchos sintieron que el “Cuiden a Cristina” y los sucesivos encuentros con nuestra Presidente y una larga lista de dirigentes peronistas, era un diálogo ajeno.
Los católicos argentinos tuvimos desde entonces la amarga sensación de que el Santo Padre es, antes que Papa, peronista. En su juventud, Bergoglio engrosó las filas de la mítica organización “Guardia de Hierro”, inspirada, aunque se intente negar, en “Garda de Fier”, un movimiento fascista y ultranacionalista rumano de principios del siglo XX que sobrevivió hasta la Segunda Guerra Mundial. La militancia política crea vínculos que el tiempo no desata y eso nos pasa a todos los que algún día nos reunimos alrededor de una causa.
Claro que, tratándose del peronismo, la evolución es compleja y sinuosa. Para el general Perón “primero está la patria, luego el movimiento y, por último, los hombres”. Francisco, desde el papado, no estaría sino siendo fiel a esa doctrina política.
“La patria” es una entelequia que el peronismo utilizó y utiliza de escudo para descolocar a sus adversarios. En su nombre se ha permitido avasallar al individuo imponiendo un modelo de sociedad colectivista y demagógica a la que le hizo creer que el todo es más que la suma de las partes. Así, se instaló que el bien de la comunidad no se construye con el bienestar individual sino vaya a saber con qué otro misterioso ingrediente que provee, obviamente, “el movimiento”, ese otro ente no corpóreo con vida propia que sabe mejor que cada uno de nosotros lo que nos conviene.
Así razonada la realidad, suena casi lógico que “la patria” y “el movimiento” estén antes que “el hombre”, a secas. Se trata de un planteo filosóficamente perverso y políticamente peligroso, que se transforma en la puerta de acceso al autoritarismo puro y duro.
En esa frase quizá esté condensado el espíritu corporativo del peronismo, sin eufemismos; el fascismo genético que implica desprecio por el individuo con la consecuente indiferencia por los derechos individuales y el rechazo consciente por las instituciones como garantía de una organización social sólida. El peronismo cree tanto en el Estado protector que rechaza cualquier construcción que modere el poder del Estado y, por tanto, es adversario explícito de las instituciones creadas para limitarlo.
El peronismo es la versión moderna de “El Estado soy yo”. Aggiornado al siglo XX y con el latiguillo de “la patria”, viene arrasando con las libertades y los derechos individuales en connivencia con otras corporaciones históricamente poderosas. La pata militar y el sindicalismo significaron piezas clave a la hora de edificar el poder omnímodo al que apuntó Perón desde su participación en los golpes del '30 y del '43. Ambos elementos, altamente corporativos, fueron valiosas plataformas que Perón supo poner a disposición de su propia causa.
Vaya un párrafo aparte para la actuación de la Iglesia Católica por aquellos años y, si queremos dejar de engañarnos también con la historia, es necesario reconocer que Perón, aún con su simpatía por los nazis o hasta por ella, fue respaldado inicialmente por el nacionalismo católico que engrosaba las filas de nuestro Ejército. La fuerza de los acontecimientos posteriores enfrentó a Perón con la jerarquía eclesiástica y la buena convivencia entre ellos ardió junto con las iglesias que la militancia peronista profanó.
El punto de coincidencia entre el peronismo y la Iglesia son los pobres. Para ambos la población sin recursos, en crecimiento gracias a las políticas populistas implementadas desde mitad del siglo pasado a la fecha, se ha transformado en destinataria de sus desvelos. La diferencia entre ambos es que la Iglesia católica no inventa pobres ni los multiplica. La repentina devoción por Francisco excede a Cristina Kirchner. En el mundo se ha despertado una ola de simpatías comparable con la que produjo en su momento Barack Obama. Es interesante el ejercicio intelectual de averiguar el por qué.
¿Qué los hace tan populares? Nos quedaríamos con una explicación muy pobre si lo atribuimos a que uno es negro y el otro sudamericano. El mundo les sonríe a dos populistas porque el mundo se ha vuelto populista. Ambos líderes son expertos en el lenguaje de los gestos y el público parece proclive a fascinarse con un par de mocasines gastados.
Cuando personajes encolumnados con el terrorismo de los '70, en su mayoría agnósticos, se emocionan con los dichos del papa Francisco no lo hacen porque comparten su nacionalidad sino por la carga ideológica de sus dichos. No escuchan al Papa argentino; los conmueve el Papa peronista.
El Papa peronista, mientras tanto, se involucra en la interna de su partido. Sus allegados repiten que colabora para que el fin del mandato llegue sin tropiezos. ¿Sabe acaso el Papa algo que nosotros desconocemos? ¿Hay peligros latentes que debieran preocuparnos? Quienes dicen interpretarlo sostienen que no se volvió repentinamente “K” sino que en aras de la armonía recibió a Cristina Fernández en tres oportunidades, restando importancia al significado político de tamaña deferencia y aunque le consta que sus opiniones nunca fueron valoradas por ella ni su marido, a juzgar por los reiterados desprecios que recibió del matrimonio durante una década. Y por esa misma razón recibe también a popes y menos popes del partido peronista, su partido. Y por la paz social encaró una reunión con el ministro Tomada (recibido en calidad de tal) junto a algunos sindicalistas. Ante esa suerte de conciliación se hace difícil suponer que se haya tratado de un encuentro de corte religioso. De Scioli a Ishii, de Duhalde a Julián Domínguez, los que quisieron posaron junto a Su Santidad. Hasta acá, todo se enmarcaría en su búsqueda del consenso y el traspaso no traumático, como dicen sus intérpretes. Sin embargo, en esa tarea casi ecuménica evita, con premeditación, a Sergio Massa y, según se puede colegir del entorno papal, las señales indicarían que el candidato a presidente por el Frente Renovador deberá hacer su campaña sin esa foto ni ese respaldo político.
A esta altura de la evidencia recabada podría decirse sin exagerar que Francisco, entonces, está operando en la interna del PJ. A full. Si bien nadie está en condiciones de cuestionar al Papa, cualquiera puede opinar del militante peronista. Y a los católicos argentinos nos está empezando a doler tanto compromiso terrenal en inclinar la balanza en favor de un sector, además deslegitimado por la enorme mayoría de los argentinos. Aunque la opinión de esos millones de almas esté, para el peronismo, después de “la patria” y “el movimiento”.
MARIA ZALDÍVAR (@MariaZaldivar) periodista Lic. BUENOS AIRES en gacetamercanil
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