SERGIO PEREZ SIERRA, viva en paz en la isla-cárcel marxista de Ortega habanero cardenalete G2 |
Sergio sentía un fuerte rechazo al militarismo. Comenzó a fugarse por las noches, a expensa de cualquier castigo. Una de sus escapadas la pagó bien caro. Fue perseguido por quince días por los escuadrones Boinas rojas, hasta ser detenido, procesado y enviado a cumplir ocho meses a la prisión militar El Pitirre, “un campo de concentración para animales salvajes y no para seres humanos” según sus propias palabras.
Tras cumplir el periodo de encierro lo remitieron al Puesto de mando del Ejercito Juvenil del Trabajo (EJT), quien dispuso su incorporación al corte de caña manual en la zafra azucarera, donde tuvo que comenzar de cero los tres años del SMA, sin tener en cuenta los ocho meses que estuvo en prisión.
El rigor que sobrevendría en los cañaverales terminó por aquejar a Pérez Sierra con un desequilibrio mental, que sería el preludio hacia la más terrible desdicha de su vida. Varias semanas en el Hospital Naval de la capital habanera, bastaron para que la Comisión médica que atendió su caso dispusiera sin miramiento alguno, que el soldado reunía las condiciones óptimas para reincorporarse nuevamente al EJT y aquí sobre vino el terrible desenlace.
Salió del hospital Naval vestido de completo uniforme y se personó a reclamar su baja médica en las oficinas del Estado Mayor del Ministerio de las Fuerzas Armadas. “Fui atendido por un alto oficial de las FAR, cuyo nombre no recuerdo, pero que reconocería si volviera a verlo. Este militar no soportó mi reclamo de la baja médica y cuando me alteré por su negativa, me disparó una ráfaga con un fusil que tenía cerca, destrozándome parte de los intestinos, que obligó a los médicos que me atendieron a practicarme una colostomía, y una de mis piernas, que tuvieron que amputarme”.
TANTO PARIR A LOS USA, y son peor mierda moral y cultural de lejos. |
En vano Sergio Pérez solicitó un juicio público ante varias instancias, tanto civiles, como militares, para que fueran esclarecidos los hechos de aquel día. Jamás le respondieron nada. Desde ese día exhibe varias cicatrices de heridas en su abdomen y le falta una pierna.
Con una Seguridad Social que no rebasa los 200 pesos, sin vivienda y pernoctando en la calle durante algún tiempo, tuvo la suerte que una cristiana le diera alimento, ropa y medicina; y posteriormente le diera abrigo en su hogar de la calle Zapata entre A y B, del Vedado.
Hoy admite que aquel día de la ráfaga de fusil en la oficina del MINFAR, pasó a engrosar la lista de víctimas de un gobierno que no solo se caracteriza por su probado desdén hacia su pueblo, también devora a sus hijos sin el más mínimo arrepentimiento.
“Yo era un joven fuerte, saludable, lleno de sueños y ahora soy un guiñapo humano. En la prisión El pitirre sufrí castigos y abusos de todo tipo, que no ayudan a rehabilitar a nadie, a tal punto que casi me vuelvo loco. Fui a reclamar al Estado Mayor, a pedir justicia, y me respondieron con una ráfaga. Mi madre murió de sufrimiento, perdí mi casa, deambulé por la calle, durmiendo en los parques, sobreviviendo de la caridad pública. El estado jamás me protegió. Puedo decir que estoy vivo gracias a Dios, y a la viejita Olga, que fue enviada por el señor para salvarme”.
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