No sé a quién corresponden los derechos de autor a la frase que intitula mi reflexión, la he repetido en varias ocasiones durante situaciones de gran tensión después de la temeraria usurpación que hizo Nicolás Maduro desde enero de 2013 (recuérdese la irrita sentencia de la continuidad administrativa, nulla ab initio) tras la muerte de su predecesor en La Habana.
Junto a esa frase he escuchado que estamos del lado correcto de la historia y que el que se cansa pierde. Y es cierto, estoy seguro que los que auguramos y luchamos un camino de libertad, progreso y democracia para Venezuela estamos en el mejor de los lados, pero no sé si de la historia, temo que pese a la ventaja que tenemos es muy pronto para ajustar cuentas y escribir la historia de estos inicios de siglo venezolano porque aún nos falta mucho por ver, oír y gritar. También suscribo la creencia que quien desista por cansancio en esta lucha, que pareciera tener su final en cada feroz arremetida del régimen que pretende dejarnos acorralados, indefensos y quizá silenciados, perderá no sólo su propio camino y su futuro personal, sino también perderá algo que llaman “patria” la cual según la tradición es la que legamos a los hijos y que para mí sólo tiene un nombre: Venezuela.
Yo no creo que hayamos perdido a Venezuela. Los venezolanos estamos dando un ejemplo de dignidad que puede resultar difícil entender ahora pero es una cátedra abierta para toda la comunidad internacional: la paciencia social para no profundizar la tragedia puede ser realmente divina. Si no fuese así hubiésemos sucumbido a la tentación de la guerra civil que tanto anhela el régimen para terminar de imponer su brazo opresor sin clemencia. Y es que de los más ancianos, los que se resignan ya a ver el final de sus días en largas jornadas de socialización en las plazas, siempre sentencian que “esto va a terminar muy mal”, que “cuando la sangre corra por las calles caerá esta gente”. Sin embargo eso no pasa. Seguimos estirando la arruga en un pacto de no agresión que mantiene la cuerda y evita males mayores a nuestro país, sin saber cuándo esa arruga no podrá estirarse más y vendrá la hora del juicio.
A pesar de los pesares insisto en la victoria moral que hemos logrado sostener gran parte de la sociedad desde que Maduro usurpó el poder. No ha podido con todo el pueblo pese a la brutal represión. No ha podido silenciar a la oposición pese a las cárceles. No ha podido masacrarnos pese a las ejecuciones hechas por sus esbirros. La sangre de nuestros propios mártires ha sido apenas bebida energizante. No hemos muerto de hambre pese a la escasez. No hemos quedados tirados en la cama de algún hospital pese a que no hay medicinas. Y pese a muchas cosas Maduro no ha podido con nosotros. Más bien, ahora sabemos con qué clase de gente estamos enfrentados: el presidente de la Asamblea Nacional que dirige un importante cartel del narcotráfico, un generalato corrompido por inconfesables negocios y crímenes, los poderes del Estado gangrenados en su totalidad por la corrupción y así por el estilo. La naturaleza del adversario nos da ventaja sobre él porque la sociedad venezolana tiene como bandera su propia dignidad y su coraje, lo cual nos hace indoblegables pese a todo, eso nos dará la victoria más temprano que tarde.
La unidad nacional se realizará cuando realmente podamos renovar moralmente a la mayoría de venezolanos que desde ya saben que debemos cambiar el rumbo. No hay ni habrán soluciones mágicas en las cúpulas partidistas, no vendrá un mesías vestido de verde. La solución somos nosotros, cada uno de los ciudadanos que hoy están siendo humillados por la escasez, a quienes se les están violando sus derechos humanos y a quienes son víctimas directas o indirectas del totalitarismo. Unidos no para destruir calles y pisotear tanquetas, no, unidos para levantar la frente y mirar y construir el nuevo camino por el que debe transitar nuestra nación. Para ello nos asiste el derecho a la desobediencia, a la rebelión pacífica que reivindica además todos los derechos que nos han sido arrebatados.
La justicia llegará cuando seamos capaces de reconocer que somos los responsables únicos de lo que pase con Venezuela. La impotencia hay que convertirla en una esperanza activa para derrotar este mal que nos aterroriza, que nos hace daño, que sin cesar nos empuja al abismo. No podemos sucumbir a la tentación de pensar que todo está perdido al ver a nuestro país convertido en ruinas, hacerlo sería darle el triunfo sin más a esta nefasta revolución que usurpa ilegítimamente al poder.
Cada vez más el derrotero del reloj se acerca al cumplimiento de nuestra más grande misión nacional: RESCATAR A VENEZUELA. Debemos estar preparados y conscientes porque el régimen desde ya apunta sus baterías para finiquitar el control de la sociedad. Una sociedad que en su mayoría lo desprecia y se encuentra dispuesta a iniciar la transición democrática.
ROBERT GILLES REDONDO