Jorge Olavarría en su alegato escrito para no firmar la Constitución de 1999 sentenció con premonitoria claridad al entonces neonato monstruo chavista:«No se consuelen con sus propios aplausos ni se hagan ilusiones con la algarabía tumultuaria con la cual hoy se aturde a los venezolanos. No se confíen en su poder ni crean que el uso abusivo que ustedes hacen de él vence y convence. Llegará el día que para su vergüenza se hagan patentes y evidentes lo que aquí les advierto y entonces los mismos que hoy los aplauden los maldecirán. Siempre ha sido y así, y así será ahora».
Dieciséis años después la algarabía tumultuaria se acabó, ya nada nos aturde. Los problemas dejaron de ser ideológicos, nuestra amenaza dejó de ser la bota imperialista y el abuso de poder que estos delincuentes hacen con absoluto descaro a cada instante de sus vidas dejó de convencer a los venezolanos.
Ya no existe una Venezuela de pobres o de ricos. Todos son pobres, mejor dicho: todos son miserables. También dejó de existir la República y todo lo que ella implica. No existe Estado de Derecho ni de Justicia Social. El país con la más grande reserva de petróleo del mundo tiene el peor sistema de servicios públicos del continente. El servicio de salud es realmente deprimente y su calidad se dice por sí misma al revisar las estadísticas de personas que necesitaban un tratamiento y murieron. No hay seguridad en Venezuela, la muerte está por todos lados. Y habremos de insistir sin descanso, no hay comida.
Sería monumental estupidez creer en conseguir una salida constitucional. Esta banda delictiva que se apoderó de Miraflores se sabe perdida y esto les reafirma la plena convicción de no permitir el cambio al precio que sea, ellos mismos lo han demostrado. Por eso el 6D es una interrogante por el desconocimiento que tengo sobre cómo va a defenderse la evidente voluntad popular que ése día va a expresarse y más aún, cuáles son las garantías dadas para garantizar un proceso electoral transparente. Exigir estas posiciones ha servido sólo para catalogarme como un panfletario enardecido contra la MUD.
El advertir que evidentemente no habrá una salida constitucional no me convierte en un reaccionario anti-MUD ni en un incendiario guarimbero. El país se sostiene gracias a la lamentable colaboración de algunos sectores y eso no podemos negarlo. Desde abril de 2013 se hizo evidente un pacto de convivencia y por eso no alcanzo a comprender cuál es el sentido del 6-D y cuáles serán sus consecuencias. Porque el problema de Venezuela no se resuelve cambiando una Asamblea Nacional, el problema es más profundo y tan grave que sólo puede resolverse defenestrando a la dictadura de estos delincuentes.
De ahí que más allá de la MUD (alianza de partidos) debe haber una auténtica alianza de la sociedad civil que impulse un movimiento para forzar la renuncia de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello después del 6-D.
Hay muchas salidas. El artículo 350 de la Constitución Nacional es uno de ellos. Por ahora lo único que espero es que quienes se abroguen la responsabilidad de la conducción de la rebelión popular que se avecina sepan estar a la altura de ella y no suceda como cuando el candidato presidencial desconoció el resultado y al régimen y un año después se sentó a reconocerle. O cuando un medio despertar en 2014 y se desconoció a casi todos los manifestantes por el sólo hecho de estar dirigidos por un hombre vetado por algunos partidos, Leopoldo López.
Termino esta reflexión con otra frase de Olavarría:
«En esta tragedia, nadie tiene la exclusiva de la razón o la culpa. Pero lo que sí hay que entender es que no se pueden repetir los mismos errores del pasado, y a los generales que pidieron las batallas de ayer, no se les debería permitir estar al mando para las batallas que vienen».
Robert Gilles Redondo
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