martes, 26 de enero de 2016

EL MOMENTO FINAL, la libertad y la democrácia en Venezuela sometida al kaos politico y económico madurista.






Ha sido evidenciado en los últimos días que Nicolás Maduro no tiene la más mínima intención de rectificar y ni siquiera de evitarnos una tragedia mayor que ni siquiera deseo visualizar. No sé cuál sea la razón pero atribuyo eso, entre otras causas, a un problema de salud mental pues es desesperante observar su insensibilidad, su no reaccionar frente a este gravísimo problema que es Venezuela.
Nuestro país se encamina en el corto, muy corto, plazo a una tragedia humanitaria sin precedentes en la región latinoamericana que ni en los tiempos de las más férreas dictaduras del siglo XX se registró. De esto deben tomar nota los países vecinos y los organismos internacionales, ellos tienen la responsabilidad histórica de entender cuán grave es lo que está pasando en Venezuela y cuál puede ser en lo inmediato el desenlace. Porque la comida que escasamente queda en la calle es la última reserva, lo mismo sucede con las medicinas y, en general, con los ingresos del país que fueron saqueados en su totalidad y sin pudor alguno por esta banda de delincuentes, disfrazados de supuestos revolucionarios.
Los vídeos que se han publicado en las últimas horas sobre algunos hechos de violencia y de confusión en los supermercados solo nos están alertando de la necesidad de poner freno a la caída libre que no está enviando al infierno. Este poner freno va más allá de la muy positiva anulación que se le hizo al decreto de emergencia económica por parte de la Asamblea Nacional. Pero después de diecisiete años no podemos pecar de inocentes, sabemos que el régimen se vale de una y mil artimañas para no interrumpir la imposición del aberrante modelo comunista. Es así como se debe insistir que la salida de Maduro es la clave de todo. Su permanencia ilegitima en Miraflores sólo nos empujará al cumplimiento de la temida sentencia de Uslar Pietri sobre la Cruz Roja enviándonos comida.
Sin duda alguna, como muchos acertadamente lo han dicho en estas últimas horas, yo pienso que la “escena final” está servida. Y ese presentimiento es bueno, lo que no es bueno es saber el precio que vamos a pagar para ver el momento final de esta pesadilla.






Nos corresponde cerrar filas y preservar la unidad por encima de cualquier interés personal. Ahorita no importan las cuotas de poder, ya no importan los personalismos ni el perfilar candidatos presidenciales. El momento es el de salvar a Venezuela de esta tragedia y estar atentos a las jugadas que algunos sectores del chavismo están haciendo para forzar la salida de Maduro y entronizar otro nefasto ensayo de caudillo.
El chavismo, aunque quiera disimularlo, sabe que todo acabó. Maduro se halla perdido, sin posibilidad de maniobrar y con el aparato del PSUV destruido. De ello da fe el quiebre definitivo de la unidad roja que sucumbió ante la asquerosidad que se ha visto. Ya lo que queda de ellos es la lucha intestina del sálvese quien pueda y el abrirse a la posibilidad de negociar una salida a bajo precio. Pero eso no es posible, Venezuela en su complejo entramado social no puede ya perdonar el nivel de destrucción al que llegamos ni el grado de prostitución al que fue sometida la República. Un ejemplo muy elocuente de esto es el liderazgo de Diosdado Cabello en el negocio del narcotráfico, el surgimiento de otros carteles vinculados a la “familia presidencial” y el desfalco del erario público, sumado a todo lo que ya conocemos como causas de lo que estamos padeciendo.
Oportunamente manifestó Henry Ramos Allup que debemos tener paciencia. Algo bastante complicado en este momento donde el desespero por la comida y la medicina nos está conduciendo al atajo del estallido social. Sin embargo, habremos de recordar el proverbio que advierte que la hora más oscura es la más próxima al amanecer.
El momento final se está escribiendo y sólo debemos armarnos de la esperanza de saber que la libertad, la justicia, la paz y el desarrollo, nos aguardan más cerca de lo que podemos pensar.
POR  Robert Gilles Redondo


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