sábado, 14 de marzo de 2015

LA PLANTA INSOLENTE DEL EXTRANJERO, por Robert Gilles


los agentes letrinoamericanos marxistos son destapados en pelota picada de fantoches politicos


Los venezolanos somos unos febriles admiradores de nuestra historia que nos conmovemos fácilmente por aquellas hazañas libertadoras del siglo XIX y por esa sobrevivencia permanente que ha sido nuestra vida republicana desde entonces. Uno de esos episodios que a muchos les hincha el pecho es la famosa proclama del 9 de diciembre de 1902 ante el bloqueo extranjero de nuestras costas. “La planta insolente del Extranjero ha profanado el sagrado suelo de la Patria”, reza la temeraria sentencia de Cipriano Castro.


Varias veces he escuchado que personeros del régimen, desde su extinto líder al nefasto sucesor, han hecho propias esas palabras para advertir de forma estoica que en Venezuela iniciará la guerra de los cien años si el Gobierno norteamericano decide derrocar militarmente a la “revolución”. No debe extrañarnos pues que este sujeto que se hace llamar de forma ilegítima Presidente de la República evoque la sentencia de un hombre tan controversial como Cipriano Castro, entre ambos no hay muchas diferencias. No olvidemos que Castro es sólo un relato deforme de la historiografía venezolana que aún no le ha dado el sitio que merece; de forma lúcida el doctor Jorge Olavarría aclaró esto: “
La leyenda de la «campaña admirable» de Castro nació de la boca de los oportunistas, cobardes y traidores que lo instalaron en la Presidencia”, subrayando la degradación cívica, la decadencia moral y la corrupción del sistema dentro del surgió Castro quien, dice Olavarría, “enhorabuena fue apartado por Gómez en 1908”.


Quienes hoy usurpan el poder no son distintos a los tantos venezolanos que han sido para su propia nación una planta insolente, que nos ha profanado al punto del ultraje o la prostitución en estos últimos doscientos años. Soportamos el peso de un régimen totalitario que está siendo sostenido por oportunistas, cobardes y traidores a quienes no les duele lo que está sucediendo. Pero, tomando las palabras de Olavarría, para la Venezuela de hoy nada puede ser más escandaloso que la degradación cívica y la decadencia moral de la sociedad en todos sus niveles.


Estados Unidos, esta vez, ha decidido poner en marcha una serie de acciones políticas, administrativas, diplomáticas y, seguramente, económicas a corto plazo para sentar precedente y exculparse ante la historia. Lo que sucede en Venezuela no sólo amerita la intervención norteamericana sino de toda la comunidad internacional que hace rato debió buscar salida a la crisis que nos oprime.


No dudo que el problema es nuestro. Somos nosotros quienes debemos buscarle salida a este laberinto demencial. Claro está, por el camino que llevamos no vamos a lograrlo porque aunque intentemos respetar los procedimientos que legitiman un Estado de Derecho constitucional, en la práctica cotidiana eso no existe y nadie, absolutamente nadie, con elemental cordura, puede atreverse a decir que vivimos en democracia o bajo el imperio de la ley constitucional. Vivimos sí bajo la aberrante fachada de una democracia que no es otra cosa sino un totalitarismo del siglo XXI.







Quienes desde la oposición hoy esconden sus cobardías cívicas bajo el falso alegato de preservar la paz para evitar que vivamos los traumas y riesgos del camino de la violencia revolucionaria, son cómplices que continúan allanando el camino para que el régimen de Maduro siga ocupando de forma ilegítima el poder. No hay medias tintas, somos o no somos. No se puede seguir afirmando que vivimos en dictadura cuando, por las mezquindades y egoísmo de siempre, se es capaz de secundar el juego e ir por la vía electoral sin condiciones ni reglas de juego claras que garanticen la preeminencia de la voluntad popular.


El cerco internacional al régimen de Maduro quizá irá in crescendo. Pero el problema no son las sanciones internacionales, ellas no son una salida ni deben sembrar falsas esperanzas; el problema de fondo y de forma somos los venezolanos mismos que nos acostumbramos a cohabitar con este cáncer que es la “revolución chavista”.


Una resistencia pacífica activa de calle, calle sin retorno, es lo que debe prevalecer antes que el grosero juego político-electoral que la misma MUD enarbola. La salida no es electoral por una simple razón: el Estado todo ha sido plagado por una clase hegemónica totalitaria que no debe ser revocada o sancionada electoralmente. La salida es, insisto, en un gran movimiento pacífico de calle que sea capaz no sólo de exigir el cambio de rumbo de nuestra nación hacia un nuevo modelo sino también que obligue a ese acuerdo, impostergable ya, de una verdadera transición a la democracia bajo la guía de diversos sectores nacionales e internacionales.


Debemos tener la absoluta certeza que no pasarán cincuenta años como los de La Habana para ver el desmoronamiento de este fatal régimen y el resurgir, cual Ave Fénix, de la Venezuela de nuestros hijos. Amén.



Robert Gilles Redondo exiliado venezolano


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